El mundo necesita de más verdades

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La cuestión es escoger el lado por el que queremos observar

martes, 6 de abril de 2010

El viacrucis
Una semana santa con mucho olor a pescado
Cuando no hay muchas cosas por hacer, no queda más remedio que quedarse en casa, con un leve olor a mar
Por: Wendy Lizeth Casallas Moreno
Se llegó el último viernes de clase antes de iniciar la semana, y algo me decía que se aproximaban 7 días fríos y aburridores, en la casa, buscando qué hacer junto con mi hermano para no quedarnos encerrados y no tener que ayudarle a mi mamá.
Mi novio saldría de viaje a trabajar y regresaría hasta el domingo, mis amigas se encontraban trabajando, con sus novios o sencillamente con una pereza absoluta que no les permitía salir, así mi receso de Semana Santa se convertiría en un completo viacrucis.
Lunes de Semana Santa. No soy muy fanática del pescado, la verdad no pruebo bocado desde los 6 años, cuando saqué los pescados congelados y sazonados de la nevera, y en un intento inocente de auxilio, con la complicidad eterna de mi hermano, los coloqué encima del lavadero y con el envase de lava loza, que reemplazó toda la vida en mi casa, los recipientes para coger agua, les echaba el agua encima…una, dos, y hasta tres veces, la sazón de mama, bajaba por el lavadero, y sin ver resultados , mi hermano fue más razonable y supuso que no funcionaría.
Al siguiente día mamá prepararía el almuerzo, y con ese olor peculiar a comida de mar, yo estaba de duelo por aquellos pescados, sirvió el plato caliente y fresco, y yo lo dejé enfriar, desde ese día entonces, no volví a comer un solo pez ni frito, ni en salsa, ni como sea, realmente la Semana Santa se convierte en algo torturador con ese olor a mar en la casa, y con mi intento de rescate fallido a cuestas, me repugna ese olor a pescado, cada semana santa, siempre en el mes de abril.
Martes de Semana Santa. De toda la semana, fue tal vez lo más emocionante de todo, cumplía seis meses con mi novio, es realmente bueno, hace mucho tiempo, no estaba tan estable con alguien, llamadas en la mañana, en la tarde, en la noche, casi en la madrugada, era la única forma de recompensar, tal vez, que estábamos un poco lejos.
Miércoles y jueves de Semana Santa. Nada fuera de lo común, llamadas de mi novio, recogí unas boletas para el festival de teatro, que por razones que aún no entiendo, no usé, ni pude compartir con nadie, porque mi compañía incondicional, mi hermano, ni mis padres, no son muy amantes del teatro.
Viernes santo. El teléfono timbró a las 7 de la mañana, era mi tío preferido, ese tío que lo consiente a uno desde muy pequeño, que no se olvida de los cumpleaños, y siempre le deja a uno unos diez mil o 15 mil pesitos, llamó para avisar que iba a llegar a la casa, con mi prima, que les tuviéramos almuerzo, además porque es fanático de los almuerzos que prepara mi mamá. La mañana se pasó eterna, a las 11 de la mañana comenzaría ese torturador olor a pescado, y a eso de las 3 de la tarde, por fin llegaría mi tío, haciendo bromas, revisando mi cuaderno de la universidad, preguntando cómo iba todo, me retiré de la mesa mientras almorzaban y luego los acompañé a la iglesia, para eso de “orar un ratico”.
Se llegarían las 8 de la noche, y mi tío tendría que partir, nuevamente me abordaría el aburrimiento, y ansiosa porque se llegara el domingo, solo me quedaba "encomendarle eso al señor", y pedirle que me dejara resucitar, porque tanto aburrimiento, me tenía muerta.

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