El mundo necesita de más verdades

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La cuestión es escoger el lado por el que queremos observar

lunes, 12 de abril de 2010

SE COMPRA HIERRO, CHATARRA, BATERIA
Una vida entre zorras
Guillermo Buitrago, “el churrito del barrio” ya se acostumbró a vivir de la basura
Wendy Lizeth Casallas Moreno
Con unos 32 años de vida, joven, de estatura media, piel trigueña, ojos oscuros, de contextura delgada, músculos envidiables (fruto de su actividad diaria), unas manos rudas, grandes y un tanto sucias que reflejan la dureza de su empleo, y una sonrisa, que descarta a simple vista el oficio de este personaje y a la que le debe su apodo de “el churrito del barrio”; nos encontramos con Guillermo Buitrago, un habitante más de “La Colombianita”, como ellos le llaman, un sector ubicado en la Carrera 30 con Calle 19, en plena zona industrial de Bogotá, paradójicamente una zona donde abunda el dinero, donde el lujo y las marcas valen más que la misma dignidad del ser humano.
En el centro de esta pequeña ciudad de capitalismo y consumismo, de un modo particular e invisible a los demás, se instaló un sector bastante particular, donde se encuentran caballos, niños descalzos entre montones de cartones, latas y papel, habitantes de la calle y esa figura, que es frecuente en cada sector similar; la de mujeres que por alguna razón, continúan multiplicando esta sociedad; mujeres en embarazo, que terminan por dejar a sus hijos por herencia “la cultura del reciclaje”, aunque cuando no se tiene otra opción de sustento de vida, y los valores con los que esta población creció les impide robar y hacerse amigos de lo ajeno, “la cultura del reciclaje” deja de ser cultura, y se convierte en su única escapatoria y en su propio estilo de vida.
“La Colombianita”, al mejor estilo de un barrio común y corriente de la ciudad, tiene su propia Junta de Acción Comunal, el líder de esta asociación; “el churrito”, el principal objetivo de esta pequeña Junta es velar por el trabajo de estos zorreros quienes cada noche, compitiendo contra el camión de la basura, unos con su caballo, otros sin él, buscan plástico, cartón, hojas, y cualquier elemento que les sirva para llevar “lo del diario” a cada una de sus casas, generalmente numerosas, como la de Guillermo, padre de cinco niños y responsable además por Yaneth, su esposa y “Putín”, su caballo.
Muy pocos hogares, dentro de este sector, luego de haber luchado colectivamente con las empresas de servicios públicos de la capital, cuentan con agua y luz, como la casa del “churrito”, quien todas las mañanas sabe que se bañará con agua caliente, otros hogares, son felices con el agua, la luz, la estufa de cuatro puestos y el cilindro de gas, no necesitan de internet, e inclusive de celular, no necesitan vestir ARMI ni ABRIL, NIKE ni ADIDAS, las circunstancias, afortunadamente los hace vivir felices con lo que tienen.
“Residuos Ecoeficiencia S.A”, el nuevo negocio de los Uribe, tiene realmente preocupados a los recicladores de la ciudad, les están robando el empleo, como si a Jerónimo y Tomás, no les hubiese bastado con jerarquizar las artesanías colombianas, también quisieron entonces, enriquecerse con la fuente de ingresos de más de 70 mil familias de recicladores que realmente podemos categorizar de “bajos recursos”; siguen robando a los pobres, solo que de maneras distintas.
“Imagínese si alguien le niega la basura al hijo del presidente” Nora Padilla, líder de la Asociación de Recicladores de Bogotá, y es que como “el churrito del barrio”, existen millones de familias que tienen que competir contra “Ecoeficiencia”, quienes por cierto, tienen sus grandes clientes en industrias multiplicadoras del capitalismo como Coca-cola, Bavaria, Postobon, entre otras, son 70 mil familias que no han encontrado el modo de competir contra los consentidos de Uribe, y es que quién se le mide a eso, no les bastó con anhelar el monopolio del país, también quisieron monopolizar los residuos.
Mientras tanto, Guillermo, su esposa y sus vecinos, luchan por un futuro mejor para todos esos niños que están creciendo entre papel y latas, luchando contra el monopolio del mundo al que la sociedad los mandó, y el mundo al que ellos aceptaron ir, con resignación pero orgullosos, con amor y sin asco, un mundo hecho de hierro, chatarra, batería y papel, donde los caminos los hacen los caballos y sus carreteros.

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